Es recomendable plantearse la existencia desde el aquí y el ahora
Las personas que afirman haber vivido experiencias cercanas a la muerte reseñan la visión de un túnel por el que ven toda su vida pasar. Sería recomendable que nos parasemos un momento a pensar y nos planteásemos si de veras es necesario llegar a morir para experimentar esa sensación. Una visión, por otra parte, difícilmente demostrable y que podría no ser aplicable a nuestro final de vida. Tenemos la oportunidad, mientras estemos vivos, de plantearnos como ha sido nuestra vida y cómo la continuamos viviendo, con la finalidad de percatarnos de detalles tales como, si he vivido acorde a mis principios o a los principios de los demás, si he sentido o he vivido por vivir, si he vivido por mi o por y para los demás o, simplemente, si me siento realizado con la vida que he vivido. Todo ello nos será útil para darnos cuenta de si el camino por el que andamos es el nuestro o el de otros que nos han guiado desde pequeños y, por otra parte, percatarnos si ese camino es el que realmente deseamos seguir recorriendo.
He llegado a la conclusión de que no hace falta estar muriendo para estar inmersos en un túnel. Solo que en éste, la vida va pasando y no nos percatamos de ello. En este túnel, que es el de la vida y no el que se nos plantea ante la muerte, nuestra historia no se visiona en fotogramas dado que, directamente, no nos permitirnos visionarla. Vivimos inmersos en un aura de estrés, control y miedo que nos hace continuar a base de latigazos, prohibiéndonos parar y obligándonos a continuar sin mirar atrás. Esta vida incesante de quehaceres, obligaciones y responsabilidades nos impide parar para reflexionar sobre nuestro modo de vida, no permitiéndonos sentir el mundo y a nosotros mismos.
Podemos hacernos una idea más clara de todo lo mencionado si continuamos con la metáfora del túnel aplicándola a las diferentes etapas de la vida. Cuando somos niños todo lo que nos acontece son experiencias novedosas una tras otra. Estas situaciones nos hacen vislumbrar con una claridad y sensibilidad sublime todo aquello que nos rodea. Olores, tactos, sonidos y sabores evocan una explosión de emociones que tan solo se da en esta época estrepitosa para los sentidos. Nada nos guía. No hay responsabilidades, ni juicios de valor. Nuestro único camino es la sensación por vivir. Aun así cabe destacar que es ya en la niñez cuando nuestros referentes (padres, hermanos o abuelos) nos comienzan a enviar una serie de mandatos de vida que desembocan en la forma de actuar, pensar y sentir del adulto, y que el adulto pasará a mandar a sus hijos. Todos estos mandatos están muy relacionados con lo que comúnmente llamamos principios. De ahí que sería recomendable plantearnos si esos principios o mandatos, los hemos generado nosotros por nuestras experiencia o los hemos cogido de prestado de nuestros referentes y, una vez sepamos de donde vienen, pararnos y plantearnos si los queremos seguir teniendo como propios.
Si continuamos con la línea de vida que establecíamos tras la niñez y con la metáfora del túnel nos damos cuenta que, una vez entramos en años, las paredes de ese túnel, similar al que atravesamos en un oceanográfico, van tomando grosor. Aun vemos lo que hay a nuestro en derredor. Vemos sí, pero poco a poco comenzamos a ver sin sentir. Las responsabilidades del día a día
son cada vez mayores conforme pasan los años y no percibimos más que el suelo y el fondo del túnel. Conforme comenzamos a caminar por la edad adulta los mandatos y principios que le transmitieron al niño van cogiendo forma y se van arraigando con mucha fuerza. Poco a poco se convierten en enredaderas que se extienden por las paredes de nuestro túnel, invitándonos tan solo a continuar, sin ver qué hay más allá, sin percatarnos de que hay otros caminos a parte de nuestro túnel, y tan solo dándonos opción a contemplar que andamos hacia un final irremediable y triste.
Tras este continuar en el camino de la vida, las paredes acristaladas y cada vez más gruesas de ese túnel se van ensuciando, va creciendo la vegetación sobre ellas percibiendo con menor claridad lo que nos rodea. No nos molestamos en limpiar las paredes de nuestro camino, en apartar las enredaderas que no nos dejan ver aquello que un día sentimos con tanto fervor por que ya, al parecer, no nos interesa. Da la sensación de que nuestro interés prioritario ahora es caminar sin plantearnos nada, tan solo seguir por una vida que desconocemos, hacia un final que tememos y dejando atrás un pasado que obviamos.
Al final de ese camino, en la vejez, el túnel es muy espeso. Ya no tenemos responsabilidades y pretendemos ver todo aquello que no vimos antes. Ahora queda ya poco por recorrer. Queremos apartar la maleza para ver, pero no podemos; nos faltas fuerzas para contemplar todo aquello que no sentimos y disfrutamos en su momento. Ya no podemos sentir como sentíamos, ni vivir como nos hubiese gustado vivir. Nos faltan fuerzas y tiempo. Finalmente morimos sin haber sentido, creyendo haber visto.
Aparta la maleza de tu camino. Limpia las paredes de tu vida, sal de tu túnel y comienza a sentir. Lo único forma de sentirse vivo es vivir sintiendo.
Dicho esto, ¿conoces tu túnel y tus enredaderas?