El proceso de duelo tras un fallecimiento: 12 recomendaciones para el doliente
Todas las personas, en un momento u otra de nuestra vida, nos veremos avocadas a atravesar el duro trance de perder a un ser querido. Se hace inconcebible, a primera instancia, el continuar viviendo sin la presencia de esa persona, que nos ha acompañado durante parte de nuestro desarrollo vital, compartiendo experiencias que nos han hecho disfrutar y aprender. Este proceso de adaptación, en el que la persona doliente se ve inmersa de forma forzosa, hace que se replantee ciertos pilares de vida que, quizás, creía inmovibles.
Las personas en duelo tienden a experimentar una serie de síntomas que hacen que su forma de pensar, sentir, percibir y vivir el mundo que les rodea cambie de una manera radical. Este proceso de acomodación a un nuevo contexto hace que la persona contemple sus circunstancias desde un punto de vista más emocional que racional, llevando esto a, en ocasiones, tomar decisiones cuyas consecuencias pueden hacer más mal que bien a la persona en duelo.
Para procurar evitar que esta situación se dé y buscando que las personas que se encuentran en duelo tengan unas simples pero eficaces directrices para regir sus vidas durante los duros meses de duelo, acompañamos este artículo con las siguientes recomendaciones:
Participar en los ritos funerarios. Es fundamental para hacerse consciente, como dolientes, de la realidad existente de la pérdida y para no fomentar el anclaje en la fase de negación. También son muy útiles para llevar a cabo una despedida sana de ese ser querido. Importante: si no estamos de acuerdo con los ritos funerarios o los rituales que, por norma, se suelen llevar a cabo, vamos a procurar realizar, en la medida de lo posible un ritual que a nosotros nos sea más útil para la despedida.
Buscar la estabilidad emocional. Lo que se pretende con ello es que la persona doliente no añada complejidad a su actual situación de inestabilidad, dado que bastante duro es ya el proceso de pérdida como para añadirle más preocupaciones. Durante un proceso de duelo no se trata tanto de limpiar, sino de no ensuciar mas de lo que ya está, es decir, no hay que buscar tanto el estar mejor, sino el no estar peor.
No tomar decisiones precipitadas. Durante los procesos de duelo se tiende a querer abandonar muchas esferas vitales por el dolor que la convivencia con ellas supone. Es normal que la persona doliente pretenda dejar su trabajo o sus estudios, cambiar de casa, dejar a su pareja, tirar los muebles de la casa, dejar de salir con sus amistades… Todo ello no va a ocasionar más que el duelo se complique, dado que, entre otras cosas, lo recomendable y lo sano es que la persona doliente continúe con su vida de la forma más normal posible, buscándose siempre sus momentos para expresar y escuchando su cuerpo y su estado anímico para no reprimir emociones que acaben en somatizaciones.
El duelo es un proceso que se suele pasar de forma normal. Hay que darse tiempo. Los principales manuales de Psicología y Psiquiatría recogen los procesos de duelo como procesos normales de adaptación psíquica, emocional y social que suele variar entre los 6 meses y el año. Evidentemente, si me percato de que mi sintomatología (llanto, rabia, aislamiento social, somatizaciones, ansiedad, anhelo…) se dan con la misma o con mayor frecuencia e intensidad que en las semanas posteriores a la pérdida, es recomendable acudir a un servicio de atención psicológica para que nos ayuden a comprender nuestro individual proceso de duelo y nos acompañen hasta la aceptación sana de la pérdida.
Importante: si determinamos necesario acudir a terapia, hacerlo con un psicólogo colegiado, especialista en procesos para la elaboración del duelo.
Diferenciar entre dolor y sufrimiento. El dolor es necesario, es sano y hasta terapéutico durante un proceso de duelo, el sufrimiento en cambio incapacita, dado que me hace dependiente de mi propio proceso de duelo dado los pensamientos contantes que refuerzan mi malestar. Es recomendable sentir el dolor por la pérdida, pero si me percato que los pensamientos sobre esa persona que se ha ido me impiden continuar con mi vida (esto es a lo que llamamos sufrimiento), se aconseja intentar cambiar momentáneamente de contexto para realizar parada de pensamiento.
Ver cuáles son mis necesidades. Ser consciente de qué necesito y qué quiero, tendiendo a cubrir necesidades básicas como alimento, aseo personal y afecto social. Por otra parte, en ocasiones, durante los procesos de duelo es necesario tender hacia el egoísmo, pero cuidado, no hacia un egoísmo insano de “solo pensar en mí y en nadie más”, sino inclinarme a cuidarme más de lo que suelo hacerlo y observar más si me encuentro cómodo/a o no en ciertas circunstancias sociales que me requieran, si soy capaz de lograr hacer lo que me pide mi contexto o si puedo seguir llevando el mismo ritmo de vida que llevaba hasta la pérdida, haciendo las mismas tareas y compartiendo mi vida con las mismas personas. En definitiva, cuidarse y quererse más, atendiendo a mis necesidades, dado que, en este momento, es cuando más lo necesito.
Escuchar a mi cuerpo. Como anteriormente hemos dicho, hay que escuchar al cuerpo para no reprimir emociones y se produzcan somatizaciones, por consecuencia de dicha represión. Nos podemos dar cuenta que, por ejemplo, cuando nos da la sensación de que no nos encontramos bien y se nos pone como una pelota en la garganta que no nos deja respirar, estamos sintiendo tristeza no expresada, por lo que lo más recomendable es dejarse llorar; cuando tenemos tensión en hombros, brazos o mandíbula, puede ser ira reprimida; o cuando nos duele el estomago puede ser miedo o estrés. Comprender tu cuerpo hará que puedas comprender mejor tus emociones. Una vez que identifiques tus emociones en ti, déjalas salir. Te sentirás mucho mejor.
No coger más carga de trabajo de la que soy capaz de soportar habitualmente. Por otra parte, y en relación con escuchar a nuestro cuerpo, cabe decir que durante los procesos de duelo hay personas que tienden a retomar su vida diaria con total naturalidad y normalidad e incluso a coger más carga de la que solían llevar antes del fallecimiento. No estamos dejando que el proceso de duelo se desarrolle, lo estamos coartando. Pensamos que, si seguimos, lo antes posible con nuestras vidas, el dolor desaparecerá antes y esto es falso, dado que lo único que estamos logrando es tapar emociones con carga física, en definitiva, estamos “forzando la maquina” por no permitirnos sentir. Esta situación, a la postre, acaba ocasionando contracturas musculares, ulceras estomacales e incluso ataques de ansiedad que, si no remedian a tiempo, acabarán en agorafobia o ansiedad generalizada; todo ello por no llorar o enfadarme en su momento.
Tomarme mi tiempo para adaptarme a los diferentes contextos o actividades de mi día a día. Como hemos dicho, un duelo es un proceso normal, pero que requiere un tiempo de adaptación. Suele darse, cuando fallece una persona allegada a nosotros, que siempre hay alguien que nos dice que nos deshagamos de sus cosas (de su ropa, sus pertenencias…) ¿Es esto recomendable? En parte si, dado que esto permite que no estemos atados a esa persona teniendo su habitación intacta o que cada pertenencia de ella nos sirva de disparador para despertar el sufrimiento. Pero hay que hacerlo cuando nos encontremos preparados. Una forma sana y menos dura es hacerlo progresivamente, poco a poco. ¿Es recomendable que nos quedemos algo? Si ese algo cuando lo veo o siento me hace sentir reconfortado sí.
Buscarme mi espacio, siempre que lo necesite, para expresar mis emociones. No reprimirlas, dado que con ello lo único que conseguiré es que se hagan más fuertes. Hay personas que no quieren llorar por qué no aceptan la muerte de su ser querido (se encuentran en la fase de negación) y otras que no quieren dejar de llorar por que piensan que, haciéndolo, pasarán a estar bien y olvidarán a su ser querido. Ninguno de los extremos es sano. Ambos fomentan la aparición del proceso de duelo complicado, el primero por represión emocional y el segundo por normalización de sufrimiento. Es importante reseñar, con respecto al segundo postulado que “no llorar no es olvidar, sino continuar recordando sin dolor”. Los principales y mas prestigiosos estudios de memoria refieren que lo que más arraiga los recuerdos son las emociones que se experimentaron en las experiencias vividas. Si nos encontramos en duelo es porque hemos perdido la relación con una persona cuyo vinculo afectivo era muy fuerte. Por lo que es poco probable que nos olvidemos de esa persona; podremos olvidar detalles, pero no las experiencias vividas con ella.
Procurar mantener una red social sana. En los procesos de duelo, las personas dolientes tienden al aislamiento y a apartarse de su circulo social. Como hemos referido anteriormente, es recomendable ver cuáles son mis necesidades y buscar la máxima estabilidad posibles y si ello supone “hacer limpieza” de amistades tóxicas, hacerlo. Pero no hay que confundir entre la necesidad de apartarme de una persona porque, dada mi situación, no me hace bien; y el querer apartarme de mis amistades porque mi tendencia es al sufrimiento y al aislamiento social. Es muy importante ver qué amistades o personas de nuestro entorno nos hace bien tener cerca y cuales no, pero siempre teniendo presente la premisa que nos va a venir muy bien tener a personas que nos acompañen y que nos apoyen en el duro trance del proceso de duelo.
Realizar actividades de lúdicas y de ocio. Es comprensible que durante los días posteriores al fallecimiento no se tiene ninguna gana de hacer absolutamente nada lúdico, ni de salir a cenar con amigos, ni de realizar ninguna actividad que incite al disfrute. Pero pasados unos días, y siempre de forma muy progresiva, hay que procurar salir del entorno en que, a diario, me suelo encontrar para no generar pensamientos rumiativos constantes y potenciar el sufrimiento. Con esto, recordamos, no vamos a evitar el dolor, pero si el sufrimiento. Salir a pasear, salir a cenar con amigos de confianza, visitar a familiares, reanudar el trabajo cuando me encuentre preparado/a, o intentar realizar esas actividades de ocio o lúdicas que, antes de la pérdida, me hacían disfrutar, para progresivamente ir despertando en nosotros de nuevo el entusiasmo por continuar viviendo y experimentando.